Tortura: la viga en el ojo
Basque tortured people | 28.05.2004 16:08 | Analysis
Habrá aun así quien piense que nunca es tarde si la dicha es buena, pero la dicha además de llegar tarde; ni es buena, ni es suficiente. Son incontables los organismos internacionales que llevan años o décadas (¡!) dando cuenta de la práctica habitual de la tortura en diversas partes del mundo y prácticamente todas han denunciado un llamativo recorte de libertades los últimos años con la llamada a la guerra contra el terrorismo, saco sin fondo de los estados. Hoy es el día en el que la práctica totalidad de medios de comunicación, políticos y ciudadanía en general no ha hecho más que articular un escueto “!Qué barbaridad!” por cada brutal caso de violación de derechos humanos dado a conocer por los medios de comunicación. Seguirá habiendo quien piense que menos es nada, pero tenemos serias dudas sobre la sinceridad de ese poco que se ofrece desde la hipocresía que supone la ocultación de la habitual práctica de la tortura en Euskal Herria; donde ni las denuncias locales, ni las de organismos internacionales, ni las más sangrantes pruebas de torturas (léase fotos, informes forenses, etc.) logran flanquear el muro de silencio impuesto por el Estado y construido con una espeluznante perfección por políticos y medios de comunicación con la dramática aquiescencia de la mayoría de la sociedad.
Esa hipocresía, que se extiende por la sociedad como una balsa de aceite, es la que queremos denunciar desde nuestra triste experiencia. Porque nosotras y nosotros sabemos que pese a ser un drama global y colectivo la tortura es también un drama personal y se nos revuelve el estomago de pensar en lo que habrán padecido y estarán padeciendo todavía las y los iraquíes fotografiados.... ¡y los y las que no lo han sido! Esas fotos nos angustian porque nosotras y nosotros también hemos estado incomunicados, hemos vestido las mismas capuchas, también nos han golpeado, nos han insultado, nos han humillado, nos han y nos hemos orinado, hemos sufrido vejaciones sexuales, nos han obligado a hacer ejercicios físicos hasta la extenuación, nos han aplicado descargas eléctricas, asfixia.... entendemos perfectamente la realidad de esas fotos porque la hemos padecido en nuestras carnes. Por eso nos indignan las declaraciones de principios de los medios de comunicación, las peticiones de responsabilidades de la clase política y la espontanea indignación de tantos ciudadanos de pro. Porque sabemos que ninguno de ellos tiene ningún problema a la hora de convivir con una legislación especial como la antiterrorista española, con los forenses que ni ven ni oyen nada, ni con los jueces que nunca aprecian indicios de nada cargando el peso de la prueba sobra la víctima de la tortura. Es más, sabemos que según ellos siempre seguimos directrices de ETA (suponemos que en Irak los torturados también seguirán consignas de Al-Quaeda), que si tenemos lesiones es porque nos las provocamos nosotros mismos, que desgraciadamente “los detenidos no hablan solos” (real como los mismos tertulianos), que el Relator de la ONU contra la tortura está engañado o miente y que, en definitiva, esto es una democracia y en una democracia no pasan esas cosas (“antes, antes sí... pero ya no”). Cómo vamos a aceptar las rasgadas vestiduras de la clase política y de los medios de comunicación cuando tan evidente es que son todos ellos partícipes del Pacto de Estado que ha negado, niega y negará siempre la tortura de forma sistemática, diga lo que diga la realidad. Por eso mismo daría risa si no fuera tan serio ver a Borrell y a Mayor Oreja amenazarse mutuamente con tirar de la manta, porque sabemos que llegado el caso esta vez tampoco “ni existen pruebas, ni existirán” (Made in PSOE, ¿se acuerdan?).
Sin embargo, da verdadera pena ver a nuestra sociedad tan alienada y domesticada, a la cual le dicen por las mañanas por qué tiene que escandalizarse y por qué no. Si las torturas suceden a más de mil kilómetros sí, pero si le suceden al vecino que vive tres calles más allá no, que eso implicaría el poner en duda la democracia y no estamos a estas alturas para cosas de este tipo. Y aun así, existe una percepción generalizada de que sociedades como la norteamericana está enferma; paranoica, plagada de Guantánamos y legislaciones antiterroristas excepcionales, de vetos... resumiendo, que ha perdido la “esencia democrática”. Y el caso es que nuevamente nos daría la risa si no fuera tan serio, ya que si algo demuestra el caso de las torturas en Irak es que el sistema norteamericano guarda todavía mecanismos democráticos que el nuestro no tiene. Está claro que existen todavía medios de comunicación dispuestos a saltarse la versión oficial, que existen senadores y congresistas (republicanos y demócratas, ¿eh?) dispuestos a exigir responsabilidades desde el o la soldado torturador hasta Donald Rumsfeld.... cuando en nuestro caso estaríamos escuchando o que las fotos son falsas, o que el perro le ladra al detenido pero no le muerde y los electrodos no estaban conectados, o que, ¡qué leches!, todo vale contra el terrorismo. ¿Cuál de las dos sociedades está pues, más enferma?
Aun así aquí y en Irak se puede terminar con la tortura, se debe terminar con la tortura, podemos y debemos terminar con ella. Para darse cuente de ello basta con mirar los derechos que confieren textos tan manidos de boquilla por nuestros partidos políticos y medios de comunicación como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre a las personas y los pueblos y, más concretamente en lo tocante a la tortura no hay más que mirar los 9 puntos del Torturaren Aurkako Taldea, las recomendaciones del Relator Especial de la ONU contra la tortura, o la petición del nuevo presidente del Comité Contra la Tortura de la ONU el español Fernando Mariño (coincidentes todas ellas en los mismos puntos; fin de la incomunicación, grabación de los interrogatorios, acceso a un médico de confianza....). Pero está claro que estas medidas no se van a aplicar por sí mismas ni por gusto de quienes se hallan tan cómodos en esta situación haciendo declaraciones rimbombantes o creando decálogos que avalan la incomunicación. Por ello nos corresponde a los y las ciudadanos exigir responsabilidades a partidos políticos, organismos sociales y medios de comunicación implicándonos al máximo en la lucha por el fin de esta lacra que es la tortura.
De lo contrario vamos a encontrarnos una y otra vez con el mismo horror. Se ha producido ya el cambio de gobierno, pero por desgracia nada parece indicar por encima de las esperanzas de muchos (especialmente respecto al nuevo Ministro del Interior) que vaya a desaparecer de un plumazo la práctica de la tortura en Euskal Herria. Parece ser que la cartera del Ministerio del Interior pesa demasiado y que se entre lo “progre” que se entre (¿se acuerdan de lo progresista que era el magistrado Juan Alberto Belloch?), uno se encuentra ahí lo que se encuentra y, ¿para qué cambiarlo si da resultados a bajo coste? En esta situación parece que nos encontremos a semanas o, incluso días, de los primeros torturados de la “nueva era” PSOE. En nuestras manos está que se sigan velando las fotografías de los cuartelillos y comisarias de la Guardia Civil, Ertzaintza y Policía Nacional o no.
Este artículo los firmamos: Anika Gil, Ainara Gorostiaga, Aurken Sola, Arturo Fernandez, Eneko Iurramendi, Garikoitz Urizar, Juan Cortés, Kristina Montoioa, Leire Gallastegi, Mikel Soto, Raul Vallinas, Susana Atxaerandio, Unai Romano, Zigor Bravo.
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