A Planetary Empire in the Making
Miguel D'Escoto Brockmann | 09.06.2003 23:55
I PARTE
—Miguel d’Escoto Brockmann—
Managua
Coincidentemente con el nuevo milenio y el nuevo siglo, el mundo entró en una nueva etapa de su historia que se caracteriza por niveles de codicia, prepotencia y violencia imperialista sin precedente ni límites. Abarcan hasta los más recónditos rincones de la tierra. La maquinaria bélica utilizada para imponer la voluntad imperial sobrepasa, por mucho, a lo que el mundo había conocido hasta ahora.
Esta nueva etapa de la historia humana no se presenta de repente, sin aviso previo, sin señales de lo que se venía. Lo novedoso está más bien en la total desfachatez y en la agresividad con que se proclama el «derecho» a hacer todo lo que el imperio hace al margen de y contra las normas establecidas para la convivencia pacífica entre las naciones. El imperio abiertamente proclama su derecho a hacer lo que se le antoje y apropiarse de lo que tenga ganas sin tener que preocuparse de cosas tan «triviales» como sus compromisos en el marco del derecho internacional, Carta de Naciones Unidas, acuerdos o tratados.
Los imperios, es cierto, siempre actuaron de esa forma pero la diferencia es que la conciencia de la humanidad aún no había evolucionado al punto de crear la Organización de Naciones Unidas para, precisamente, poner fin a esa forma imperial de proceder, tan peligrosa para la paz mundial. Desde la creación de Naciones Unidas, Washington es el único que se ha atrevido a auto proclamarse exento de la obligación de cumplir con los principios de la Carta. Pero, claro, Washington se reserva el «derecho» de agredir a países que no se someten por las buenas alegando que éstos no han cumplido a cabalidad con sus obligaciones bajo esa misma Carta que Estados Unidos constantemente pisotea.
Los imperios nunca tuvieron problemas en llamarse o en que se les llamara imperio. Eso era lo que eran y no pretendían ser otra cosa. Su tarea era someter a otros países a su voluntad para poder saquearlos. Así se hizo Europa. Con los recursos, el trabajo y la sangre de miles y millones de personas en sus colonias logró su extraordinario desarrollo. Los imperios siempre impusieron su voluntad, esclavizaban a los pueblos y los despojaban de sus riquezas naturales. Estados Unidos es igual. Pero la diferencia está en que Estados Unidos es un imperio acomplejado que tiene remordimientos de conciencia y por eso es que quiere que se entienda que somete en aras de «democracia», esclaviza en aras de la «libertad» y despoja en aras del «libre» comercio.
Finalmente, nunca hubo antes un imperialismo tan dispuesto a masacrar a tantos cuantos fuera necesario para lograr el sometimiento de todos los habitantes de la tierra. Según la estadounidense Federación de Científicos Americanos, desde 1945 a esta parte, Estados Unidos ha estado involucrado, como agresor, en más de 200 guerras e incursiones militares. Estados Unidos es el único Estado que ha demostrado que no tiene el más mínimo resquemor en lanzar bombas atómicas sobre la población civil y así ocasionar cienes de miles de víctimas humanas de un solo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, en colaboración con Gran Bretaña y Canadá, desarrolló un programa de guerra bacteriológica al cual posteriormente se le incorporó la tecnología que los japoneses habían utilizado en su invasión a China entre 1937 y 1945. Y se siguió desarrollando al punto que para el inicio de los años 50, Estados Unidos se convirtió en el primer Estado en la historia militar moderna que incorporó las armas biológicas como sistema de armamentos en su doctrina militar. Con el transcurso del tiempo y la desclasificación de documentos ahora ya se ha podido comprobar que Washington, como de costumbre, mintió al Congreso y al pueblo americano cuando insistía que su programa de guerra biológica era meramente defensivo y para ser utilizado únicamente como desquite. Estas armas químicas y biológicas fueron usadas por EEUU en la guerra de Corea y posteriormente en la guerra de Vietnam. Los interesados en profundizar en este tema harían bien en leer T!
he United States and Biological Warfare de Stephen Endicott y Edward Hagerman, Universidad de Indiana, 1999.
No cabe duda de que las armas de destrucción masiva deberían ser eliminadas de la faz de la tierra y que Estados Unidos, como el principal productor, almacenador y exportador de estas armas en el mundo debería comenzar dando pasos significativos en esta dirección. Las más recientes investigaciones revelan que Estados Unidos está activamente produciendo y/o investigando el uso con fines militares de: gas neurológico, variedades de gas mostaza, viruela, sarampión, polio, el mortífero VX, gas Sarin, Ebola, maletines nucleares, misiles nucleares, super láseres, armamento de energía (energy weapons), pistolas láser, ejércitos robot (massive robot armies), bombas de hidrógeno, bombas de neutrón, bombas incendiarias, defoliantes masivos, armas destructoras del medio ambiente (ecocidal weapons), etc., etc., etc. Además, como si esto no fuera suficiente, casi todos los países en el mundo, unos 30, que poseen armas químicas o biológicas no las podrían tener si no fuese que empresas no!
rteamericanas les proporcionan, cuando menos, los ingredientes para fabricarlas.
Todos los años la industria estadounidense de armas pequeñas exporta miles de millones de dólares en armas a todas partes del mundo. Según el Fund for Peace, las leyes norteamericanas para la venta de esta mercancía no se aplican, ni siquiera cuando se conoce el destino ilegal de las mismas. Además, según la Oficina General de Contabilidad, apenas el 0.8% de las licencias de armas son chequeadas por el Departamento de Estado. La administración Bush tiene una política de no interferencia o de libre comercio con respecto a la exportación de este tipo de armas.
Pero resulta que la exportación de estas armas pequeñas no sólo representa una actividad comercial muy lucrativa para Estados Unidos. Se calcula que armas pequeñas matan a unas 500’000 personas al año de las cuales un 80% son mujeres y niños. Es este tipo de estadística lo que ha llevado a Kofi Annan a afirmar que las armas pequeñas y armamento liviano constituyen las «verdaderas» armas de destrucción masiva. Según la Federación de Científicos Americanos, armas pequeñas de origen norteamericano son utilizadas en un 92% de los conflictos en el mundo. Se ha podido constatar que armas vendidas por Estados Unidos recientemente a Egipto o a Arabia Saudita, para citar sólo dos países, terminan en el mercado negro donde cualquiera puede comprarlas. En la más reciente Conferencia Internacional sobre Armas Pequeñas auspiciada por Naciones Unidas, la delegación norteamericana encabezada por el Subsecretario de Estado John Bolton, se empeñó en bloquear un tratado viable y práctico sobr!
e la regulación de exportaciones de armas pequeñas y, como de costumbre, Estados Unidos nuevamente frustró la suscripción de un tratado de gran beneficio para la humanidad.
No cabe duda de que en la retórica oficial de Estados Unidos contra el terrorismo o contra las armas de destrucción masiva hay mucha hipocresía. Pretende hacerse pasar por humanitario y amante de la paz cuando en verdad es todo lo contrario. Estados Unidos, como ya muchas veces hemos afirmado, es un Estado asesino adicto a la guerra y empeñado en la fabricación y uso de armas cada vez más poderosas y más mortales. Estados Unidos además es un Estado terrorista convicto por la propia Haya en el caso interpuesto por Nicaragua. Practica el terrorismo mediante el uso o la amenaza del uso de la fuerza para doblegar la voluntad soberana de otros Estados. Además, fomenta y arma el terrorismo internacional mediante la más irresponsable exportación de sus armas a todos los rincones de la tierra sin la menor preocupación por el medio millón de víctimas que estas armas ocasionan cada año.
Sin embargo, a pesar de su evidente hipocresía en el tema de terrorismo, no debemos concluir que Washington no habla en serio cuando manifiesta su preocupación por la posibilidad de que tres tipos específicos de armas de destrucción masiva, es decir, las nucleares, las biológicas y las químicas, puedan llegar a manos de organizaciones empeñadas en castigar a Estados Unidos por los crímenes que, en la más absoluta impunidad, este país sigue cometiendo contra los pueblos del tercer mundo y el mundo árabe y Palestina en particular.
En el prólogo de un interesante libro publicado por la National Defense University (Universidad para la Defensa Nacional), escrito por Harlan K. Ullman y James P. Wade leí la siguiente observación que nos ayuda a comprender el por qué del pánico gringo al descubrir que a pesar de su inmensa superioridad militar no son realmente invulnerables: «Ante la indiscutible superioridad militar de Estados Unidos en barcos, tanques, aviones, armamento y combatientes, POTENCIALES ADVERSARIOS PODRÍAN INTENTAR CAMBIAR LAS CARACTERÍSTICAS DE FUTUROS ATAQUES CONVIRTIENDO ASÍ LAS ACTUALES VENTAJAS MILITARES DE ESTADOS UNIDOS EN ALGO DE POCA RELEVANCIA. Si optamos por no tomar esto con la seriedad que amerita estaríamos corriendo un riesgo demasiado grande.»
Estas palabras fueron escritas antes del 11 de Septiembre y obviamente se refiere al hecho de que Estados Unidos y los países ricos no son los únicos que pueden aprovechar los grandes avances tecnológicos para fines militares. Con menos de lo que cuesta un tanque, organizaciones como Al Qaeda pueden llegar a ocasionar daños catastróficos. La tecnología más mortífera puede ser fácilmente transportada debido a su reducido tamaño. Como dice el dicho, el que las debe las teme y no cabe duda de que Estados Unidos tiene razones suficientes para estar nervioso. Ya se dieron cuenta de que así como ellos no están dispuestos a dar ni un paso atrás en su proyecto de dominación global, también hay grupos y organizaciones en el mundo que no están dispuestos a quedarse con los brazos cruzados mientras Estados Unidos comete sus incesantes crímenes contra la humanidad. Y es a estos grupos u organizaciones a los que ellos llaman terroristas. A los que se atreven a responder al terrorismo nor!
teamericano con sus desesperados ataques suicidas es a quienes Washington y la prensa llaman terroristas.
Se equivocan los que piensan que este círculo vicioso de violencia irracional se terminará cuando George W. Bush termine su mandato. Bush puede ser un enfermo mental y todo lo que se quiera, pero lo que el mundo entero está presenciando en el comportamiento de Estados Unidos no es nada más que el lógico desarrollo del diabólico síndrome del Destino Manifiesto que tanto sufrimiento, muerte y destrucción ha traído al mundo desde 1776. Bush está totalmente claro sobre las exigencias de ese Destino Manifiesto ahora, después de la guerra fría y de la Década Desperdiciada, como la derecha neo-reaganiana llama a los 90. La verdadera Bestia Apocalíptica no es tanto George W. Bush, es más bien la desmedida ambición y arrogancia del Estado norteamericano plasmada en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano y oficializada en el documento del propio presidente Bush (septiembre 2002) conocido como: La Estrategia para la Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América.
Miguel D'Escoto Brockmann