La canción del soldado
Cuando Sadamm Husein fue presidente de Irak se cometieron mil y uno asesinatos, por parte de éste y por sus correligionarios. Más de 4.000 pueblos desaparecieron del Globo Terráqueo, y decenas de miles de vecinos pasaron a mejor vida. Esto ya es historia para no olvidar, y, desde luego, para enseñar a las nuevas generaciones de iraquíes–desde su más tierna infancia–. Ahora Sadamm Husein ha sido condenado a muerte, pero esto es una mala noticia para los derechos humanos. Matar a una persona aunque sea culpable de crímenes contra la humanidad nos convierte–a los mortales–, en frías y despiadadas personas amparados en el imperio de la ley: el veredicto que dio lugar a la sentencia de muerte podía haberse conmutado por la de cadena perpetua. Esto hubiera sido actuar como seres humanos racionales, para descartar el anhelo de venganza que todos llevamos dentro de nuestro intelecto, pero que la bomba que mueve la sangre que nos da la vida–nuestro humano corazón–,nos inclina a no matar a sangre fría, aunque los tribunales de justicia así lo hayan sentenciado.
L. Paul Bremer (Director de la Reconstrucción y Asistencia Humanitaria a Irak), y en relación a la situación de Sadam Husein, declaró: “EE.UU. realizó una noble acción liberando a Irak de ese hombre malvado”. Hemos de reflexionar y manifestar nuestra postura–mi postura–antes estas declaraciones: son ciertas en su exacto contexto, y no lo niego. Pero nuestro amigo Bremer impuso, y por la fuerza, una constitución al pueblo iraquí. Él mando ejecutar la privatización de más de 200 empresas de propiedad estatal, pasando varias de ellas a manos de Estados Unidos. El desempleo fue en aumento, y el orden social cayó en un pozo negro. Se inició entonces una guerra civil encubierta, que hoy por hoy es una autentica realidad, y que está causando muchísimas más muertes que cuando se inició la propia guerra: 20 de marzo de 2003. Comprobamos entonces lo que una dictadura–en este caso árabe–, y un militarismo occidental exacerbado pueden causar: miles de muertos, miles de sufrimientos, miles de mutilados–incluidos niños, mujeres, ancianos...–, dolor y miedo, miedo y dolor difícilmente reparable durante varias generaciones...iraquíes. Esta es la autentica y triste realidad actual.
Sí reconozco que Sadam Husein ha llevado a cabo gravísimas violaciones de los derechos humanos, pero la sentencia de pena de muerte no es la solución, quizá, acertada. Entiende uno, que la última pena es la manera más inhumana para aplicar por los tribunales de justicia. Atenta contra los susodichos “derechos humanos”, degrada a la persona ejecutada por este sistema a la categoría de fiera y, por añadidura, se atenta, también, contra el derecho a la vida: el principal derecho inherente a cualquier ser humano. Las propias victimas del dictador, si se les preguntasen sus opiniones al respecto, sin duda, optarían por conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua: ejecutar a un hombre/mujer a sangre fría puede ser considerado como un acto de simple y pura venganza. La justicia penal existe para asegurar que los delincuentes–en todas sus facetas–cumplan las penas por los delitos cometidos, pero jamás debe existir una justicia para “eliminar” seres humanos. Aunque estos hayan cometido crímenes de guerra, genocidios, asesinatos, violaciones con resultado final de muerte, atracos a mano armada, etc. Sin embargo, el empleo de la fuerza militar–en nuestro caso–empleada por EE.UU. no fue acertada ni en Afganistán ni en Irak. Empleando este método de “la guerra por la guerra” en Oriente Medio, se sentará el precedente de que cada persona tenga entre sus manos un arma de guerra. (Es cierto que algunos árabes son enseñados a familiazarse con las armas desde su más tierna infancia, y esto ha aumentado a raíz del conflicto de Israel contra Palestina.)
Pero los americanos aplauden la pena capital, dado que ellos la llevan a la práctica. Un informe de Amnistía Internacional (ONG, 1996) nos señaló que la pena capital está incluida en el derecho penal de 99 estados. Países que han pretendido y pretenden ser modelo para el respecto de los derechos humanos (EE.UU., Rusia, China, Japón, etcétera), continúan manteniendo en vigor las ejecuciones de nuestros semejantes. En EE.UU. se sigue aplicando la máxima pena en los estados de Virginia, Florida, California, Texas..., no obstante, el número de homicidios no ha disminuido tal y como se esperaba.
Y es que la sociedad americana así lo demanda, con harto dolor de nuestros corazones. En cierta ocasión, un taxista de San Francisco–partidario de la pena de muerte–argumentó que “los costos (gastos) económicos de un condenado a muerte, si este último fuese condenado a cadena perpetua, serían demasiados y, claro está, el pueblo americano no tiene por qué gastar tanto dinero, y es más económico matarle”. ¡Bonita manera de pensar!
Batimón (filosofo) manifestó que “si alguna cosa justificaba aún el calificativo de primitivo es la pena de muerte”. “Si capitán me manda matar soldados, /no mataré jamás hermanos; /he de vivir sin paz matando, / quiero morir sin ser soldado”, vieja canción: la canción del soldado. Ésta alberga posiblemente en las mentes de los soldados norteamericanos que, cumpliendo con su deber como profesionales de un ejército, sufren innecesariamente y hacen sufrir a los pueblos involucrados en dos guerras programas por el Gobierno del presidente George W. Bush, en donde han primado dos factores importantes: a) el odio de venganza en la guerra de Afganistán( no olvido el atentado perpetrado contra las Torres Gemelas de Nueva York, donde fallecieron miles de personas, y b) la apropiación indebida de petróleo en la guerra de Irak. Es mi humilde opinión al respecto. Puede que esté equivocado, pero los acontecimientos bélicos actuales así lo están demostrando.
La Coruña, 23 de noviembre de 2006
* Mariano Cabrero Bárcena es escritor
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